domingo, 24 de enero de 2010

EXTREMADURA BAJO LA INFLUENCIA SOVIÉTICA (II): AZUAGA

IV.- Crímenes y ensañamientos en Azuaga

En un coche «Balilla», invitado por el jefe co­marcal, camarada Burgueño, efectúo este viaje; la distancia a este punto es de unos 30 kilóme­tros; la carretera es desastrosa, pues en su ma­yoría de kilómetros existen unos baches tan exagerados que hubimos de invertir en tan corto recorrido hora y cuarto, evitando con esta poca velocidad y la habilidad con que con me­dias verónicas se sorteaban los baches, el rom­per la capota de referido vehículo con nuestras propias cabezas.

Presentado al jefe local me recomienda para el informe y pone a mí disposición al camarada Felipe Durán. Es Azuaga villa con unos 14.000 habitantes, siendo sus producciones cereales y garbanzos; tiene minas de plomo argentífero y de hulla; dista de Llerena, como dejamos dicho, unos 30 kilómetros, servida por el ferrocarril de vía estrecha de la Compañía Minero-Metalúr­gica de Peñarroya. Perteneció a la Orden de Santiago y posee vestigios romanos; según opi­niones de historiadores y tratadistas documentados, se llamó antíguamente o fue la ciudad de «Arsa». El nombre de «Arsa» se deriva por corrupción del latino «Arsartis», el Alcázar, for­taleza o presillo del lugar, porque eso quiere decir Ars, según Zalas en su Calepíno: Unde Ars dicitur, monte alto inexpugnable. «Arsa» le fue variado por el de Contributa Julia Ugultu­niacum; sin seguridad parece ser la más funda­mental que se fundara este pueblo por los fenicios o por los griegos de Rodas que vinie­ron a España 900 años antes de Jesucristo. Se­gún Rodrigo Méndez Silva sube la antigüedad de la invicta ciudad de «Arsa», hoy Azuaga, a 2.471 años; por lo tanto, es de las poblaciones más antiguas de España y de la mayor parte por no decir de todas, de las de la provincia de Badajoz.

Recojo los informes. En este pueblo fueron detenidos durante cuarenta días 170 individuos; del trato que recibieron durante su prisión y de las incalificables canalladas que cometían, me informaron los supervivientes testigos presenciales Manuel García Sánchez, Manuel Moreno González y Eugenio Merino Pulgarín, que se hablan salvado gracias a la oportunidad de la llegada de las tropas. En el Ayuntamiento se me facilita una relación de los cadáveres exhu­mados el día 1 de diciembre en el cementerio de la población; en esta relación se especifican, con toda clase de detalles, los asesinados bárbara­mente en número de 70, y además, ocho frailes y seis paisanos que fueron traídos a esta cárcel, y para tal efecto, de Fuenteovejuna; por esta relación han sido identificados los siguientes:

Don Manuel Murillo, abogado; don Fernando Lozano Calleja, abogado y perito agrícola; don Eustaquio Vallejo Durán, abogado; don Juan Diego Cantón Castillo, odontólogo; don Ramón Álvarez Morillo, abogado; don Gumersindo Naharro Sánchez, sacerdote; don Ángel y don Manuel Ortiz de la Tabla (hermanos), abogados; don Alfonso Morillo Durán, farmacéutico; don Francisco Moruno Cabeza, abogado; don José Antonio Spínola Carrascal, abogado; don José María Sánchez Moya, médico; don Hilario Molina Pérez, abogado; don Francisco Guerra Morillo, teniente del Ejército retirado; don Se­bastián García Toledo, fabricante de mosaicos; don Juan Rísell Delgado, fabricante de anisados; don Plácido Durán Alejandre, fabricante de harinas, y don Plácido Alejandre Moreno, pre­sidente de la Patronal.

Las formas crueles y ensañadas de llevar a efecto los asesinatos, quedan bien reflejadas con los siguientes detalles:

A don Manuel Álvarez Murillo, tras de haber le dado una gran paliza, siguiéronla con un tiro; tendido en el suelo de la cárcel estuvo toda una noche quejándose; cuando implorando, y por caridad pedía agua, los rojos, con el mayor refinamiento en sus perversas intenciones, le enseñaban un vaso de este líquido, diciéndole groseramente que no se la daban, que para los canallas no había agua; en estas condiciones lo llevaron al cementerio, que dista de la pobla­ción kilómetro y medio próximamente; una vez allí, para hacerle sufrir más todavía, lo volvie­ron diciéndole: «No te matamos hoy, pero como no nos digas dónde están las ametralladoras, mañana te asesinamos», y así, pues, lo hicieron, tras de haberle dado otras nuevas palizas.

Don José Plaza Grueso. A éste le asesinaron con el más horroroso ensañamiento; fueron tantos los golpes que le dieron, que le fracturaron por varias partes la columna vertebral.

A don Fernando Lozano Calleja le dieron el mismo trato, apareciendo, al ser exhumado, con el cráneo aplastado.

Don José Morillo Gómez Álvarez, sacerdote, fueron tantas las palizas que recibió para que blasfemara, que consiguieron ponerle loco com­pletamente.

Don Agustín Pérez Martín, no quedándole muerto al pretender asesinarle, pasó una noche en el cementerio sentado junto a los cadáveres de los demás compañeros; intentó saltar las tapias, no poseyendo fuerzas para ello; las huellas de sangre se dejan ver en las paredes, prueba indeleble de la monstruosidad roja; como al siguiente día, por la mañana, lo vieran los rojos todavía con señales de vida, hubieron de decirle: «¡Ah, canalla!, pero ¿todavía estás vivo?»; y así, con vida, le enterraron.

José Antonio Díaz Montalvo (seminarista). Este joven, viendo que los rojos le buscaban sin descanso, se pasó disfrazado de mujer a casa de una hermana suya, con tan fatídica suerte, que fue reconocido por una ordinaria sirvienta, la que inmediatamente se apresuró a denunciar el caso al Sindicato; éste ordena inmediatamente su detención a los pocos días; una noche lo sa­caron y lo llevaron al cementerio; durante el camino fue objeto de los mas groseros insultos, al mismo tiempo que le daban fuertes golpes con la culata del fusil. Una vez en el sagrado recinto, le hicieron veinte disparos de fusil en los distintos miembros del cuerpo con la cri­minal idea de no producirle la muerte y reírse a su costa, ya que, según manifestaciones de los propios asesinos, cada vez que reci­bía un tiro, el impulso que producíale el dolor le hacía dar grandes saltos. Con risa criminal y palabras de cobarde, al día siguiente, por ta­bernas y calles, sólo era corriente en los mentados asesinos las siguientes estremecedoras frases: «Lo que nos divertimos anoche con el curita». Curita que murió con la resignación de los buenos.

El padre Félix Echevarría, uno de los frailes traídos de Fuenteovejuna, al ser exhumado su cadáver, cuantos dignos testigos lo presenciaron certifican: Que aún conservaba en cruz los dedos pulgar e índice de su mano derecha, prueba evidente de que también fue enterrado con vida.

Dirigentes rojos

Entre los muchos que de esta «categoría» desgraciadamente existían en esta población, citemos a los principales, entre los que se en­contraban: Manuel Manchón Martín (alcalde). Este es el característico hipócrita que, agaza­pado, inducía a sus servidores salvajes a come­ter los crímenes.
Como criminales ejecutores citemos a Miguel Muñoz, Andrés Lafé (a) «Chato Maguílla», José Merino(a) «Santo Granate» y José Antonio Moncayo (a) «El Jorda».

La conducta que estos sujetos observaron siempre fue desastrosísima, adornándole las «virtudes» de la bebida y el robo.

Información religiosa

Para hacer mis visitas precisas, y ayudarme a esa información, me acompaña el culto semi­narista camarada Ángel Durán González, el que me da también un relato de su calvario durante la dominación asesina. Me dice se ha salvado por ocultarse en las galerías de un pozo de boca estrecha, donde estuvo durante un mes acom­pañado de .otro hermano. En este mismo domi­cilio se encontraban cuatro religiosas del Cole­gio del Santo Ángel de la Guarda, instalado en esta villa y dedicado a la enseñanza general gratuita; a pesar de ello, a estas pobres religio­sas les saquearon hasta el último céntimo de sus irrisorios ahorros. Con esta conversación llegamos a la iglesia parroquial; es de estilo gó­tico, siglo XVI; es un precioso edificio con tres amplias naves; le llaman muy acertadamente «Catedral»; en su interior existía un retablo de Ánimas de verdadero valor y mérito artístico, y entre las imágenes escultóricas varias de gran mérito; en la actualidad, destruido todo total­mente y sometido al fuego por la mano crimi­nal de la barbarie.

En la artística plaza del Humilladero se en­cuentra el Santuario de este nombre; todo cuan­to se encontraba en este edificio, tanto imágenes como cuadros, se encuentra destruido e igualmente quemado. Es emocionante y misterioso que entre todo, completamente destruido de este Santuario, se observe en el altar mayor la imagen del Cristo del Humilladero, magnífica escultura de la escuela de Roldán, que el mirarla estremece. Emocionados, con un respeto que a veces parece miedo, nos decidimos subir a su camarín; un momento de contemplación. ¿Cómo no está destruida esta Imagen? Los rojos, enfu­recidos, intentaron repetidas veces destruirlo, sin llegarlo a conseguir. ¿Por qué? Ellos mismos lo han declarado de su viva voz; al intentar destruirlo con el simulacro de un fusilamiento, ya levantados los martillos de las escopetas y dispuestos a disparar, les entraba miedo; dicen que en su divino rostro, de mirada serena, y resignada, se formaba una aureola que les aco­bardaba; con esta imposibilidad decidieron destruirlo a golpes de hachas y clavos; pero al dar el primer golpe, por el que le hicieron perder un dedo del píe izquierdo, la mano ejecutora dejó caer repentinamente el hacha, y al hacer ellos sus comentarios, manifestó el que había dado el golpe que le había producido mucho calambre. Este Cristo, con su dedo perdido, gran testigo del turista que lo visite, sin hablar está decla­rando a voces los trágicos efectos de la envene­nada ola soviética, y ante España, sin moverse de su altar, un herido más de la nueva era. Clavado pies y manos, en su cruz, fue despojado por los rojos de sus potencias de oro, y... resignado, con su lengua muda y sus ojos tristes, ve marcharse estas potencias rumbo Rusia... rumbo Francia.

Al reseñar los asesinados en este pueblo no quise hacer mención por dejarlo como adicional a la información religiosa, ya que el asunto lleva envuelto la prueba más honda de sentimiento cristiano del depositario del Ayuntamiento, don Domingo Rubio Durán, el que momentos antes de su fusilamiento y aprovechando un trozo de papel del reverso de una carta de familia, único elemento de que disponía en su horrible prisión, redactó y escribió por su puño y letra el si­guiente testamento:
«Es mi última voluntad declararme católico, y como tal, perdono a mis enemigos
(si los tengo), y especialmente al que dispare contra mí, y con todo el cariño
para mi madre y her­manos, quiero ir a ver a Dios.- Domingo Rubio.
(Rubricado.) — Pura, mi último pensamiento es para vosotros y para Dios, no os
aflijáis y pedid mucho a Dios por tu hermano Domingo. Rubricado».
Al margen
de dicho testamento léese con la misma letra escrito: «Confesé hoy 26 de julio
de 1936»
Con el título «Así mueren los cristianos», fue publicada en el periódico Hoy, de Badajoz, la fotografía de este documento en cuyo lugar se encuentra el original, y me atrevo a poner, conociendo la amabilidad del director de dicho periódico, a disposición de quien desee verlo.

En ocasión de estar hospedado en el mismo hotel que yo el teniente de la Guardia civil, jefe de esta línea, don Antonio Miranda, manifesté a mis camaradas los deseos de conocerle, pues el nombre de este teniente produce en mí pal­pitaciones de emoción y un verdadero anhelo de sostener algunas palabras con este oficial, de quien tanto se hablaba y alababa en el pueblo de Llerena.

Fueron cumplidos mis deseos y me fue pre­sentado una tarde en que se dirigía a la fonda. Le expongo mis propósitos de hacerle una in­terviú. Con su característica modestia se pone a mis órdenes y me cita para las once de la noche, en que hablaríamos.

A esta hora me encuentro sentado frente a él. El teniente Miranda es un muchacho joven; en sus pupilas se refleja la modestia; es de palabra ligera y expresión clara; intento dar principio a lo que yo deseaba fuera una interviú, ya que conocía —le dije—sus verdaderos y valerosos actos como español y militar. «Todo es nada para lo que nuestra España merece hacer por ella». Estas son la únicas palabras que con sencilla indiferencia pronuncia, y aquí termina lo que podríamos llamar, sí queréis, una interviú.

Después, por algunas autoridades militares, civiles y vecinos de este pueblo, me informo de lo siguiente:

El día 19 de julio, por la noche, se echaron a la calle, en manifestación hostil, los obreros de este pueblo; previniendo lo que podía suceder, y para evitar la tragedia, concentró este teniente las fuerzas de la Guardia civil de los puestos de Berlanga y Maguilla; de manera coactiva solicitan los obreros de la Guardia civil les hiciera entrega de las armas; ésta se negó. La plaza estaba abarrotada de obreros que ro­deaban e insultaban a esta fuerza pública, y a la voz del teniente alcalde socialista, Muñoz, de ¡fuego contra ellos!, se inició un tiroteo, en cuya refriega resultó un guardia civil muerto y nueve heridos; la Guardia civil dispara repeliendo la agresión, recogiéndose al siguiente día dieci­siete cadáveres de la plaza; así empezó a dar ejemplo este teniente.

El día 4 de agosto el citado teniente formó en el patio del cuartel de Llerena a los guardias civiles de este puesto y a los concentrados de los pueblos limítrofes, en número de cien; una vez formados díjoles con su voz clara: «Por dos veces he recibido órdenes del Gobierno civil de Badajoz de marcharme a Madrid con ustedes para ponernos al lado del mal llamado Gobier­no legítimo de la República; yo no he querido obedecer, y recibo nuevas órdenes para que haga entrega del mando y armamento; tampoco obedezco; conozco perfectamente los caracteres de este movimiento y no cumplo esas órdenes; ustedes podéis hacer lo que queráis, ya sois mayores; el asunto es bastante delicado podéis, pues, daros buena cuenta de la responsabilidad que con cualquiera de vuestra decisión podéis echaros encima». Estos civiles, formados, uná­nimemente, oyéndose una sola voz, contestan: «¡Con usted, mi teniente; lo que usted haga ha­cemos todos!» Inmediatamente da Miranda ór­denes por teléfono al alcalde rojo: «Voy a salir con todos mis guardias una vez que evacue las familias de los mismos (unas trescientas); le doy cinco minutos para que avise a la guardia roja de carretera y parapeto para que no hagan la menor insinuación en detenernos o intentar si­quiera cualquier investigación; y tenga entendi­do que, de no cumplir esto, haré fuego sin compasión contra quienes fueren».

En este momento no disponían de coches su­ficientes para la evacuación y el traslado de la fuerza, y el valiente sargento Beltrán, también de puesto en Azuaga, pide rápidamente volun­tarios para ir a le plaza y tomar los vehículos necesarios; con fusil montado y los voluntarios que le acompañaron, se dirige a la plaza, encañonan a varios chóferes rojos y les hacen arri­bar los coches a la puerta del cuartel. Son eva­cuados los familiares, y la Guardia civil ocupa tres camiones y algunos coches. Es curioso y trágico a la vez para los incautos rojos (entre ellos el tristemente celebrado «Maltrana») lo su­cedido, pues al llegar a la aldea de Pallares se encuentran un grupo de unos treinta milicianos armados y al mando del líder antes menciona­do; entonces el teniente Miranda, con su clara inteligencia, los caza en la siguiente forma: Al llegar a ellos con el puño en alto empezaron a dar voces de U. H. P. y viva Rusia. «¡Camaradas: somos vuestros; vamos a combatir una co­lumna de canallas señoritos fascistas y de desalmados legionarios; si es que sois tan va­lientes como pregonáis, ahora es buena ocasión de que demostréis vuestro valor viniéndoos con nosotros!» Y, efectivamente, éstos, tan inocentes como desalmados, contestando con análogos gritos, se montan en los camiones, no hacién­dolo así «Maltrana», que por su «categoría» de jefe es invitado graciosamente por Miranda a que ocupe en su coche un lugar junto a él.

Es curiosísimo el procedimiento que emplea­ron para llevarlos engañados durante el camino y que no se dieran cuenta, pues hay que hacer constar que los obreros seguían con sus armas; pero como relatar esto daría ocasión a varias páginas, terminamos diciendo que antes de llegar el pueblo de Santa Olalla fueron des­amados, siguiendo ya en concepto de detenidos hasta la presentación de los mismos al glorioso Castejón, en unas casetas, entre Ronquillo y Santa Olalla.
Este teniente ha tomado parte en la toma de los siguientes pueblos, siempre con la ayuda de los falangistas de Azuaga y Llerena: Puebla del Maestre, Casas de Reina, Reina, Trasierra, Villagarcía, Higuera de Llerena, Valencia de las Torres y Llera, pueblo este último donde hubo bastante resistencia, continuando después con la fuerza de Gómez Cobíán en la toma de Ahi­llones y Berlanga. Felicitemos a este oficial, que tanto dignifica al benemérito Instituto.

Terminada la información, y al decidirme marchar hacía Granja de Torrehermosa, fui amablemente obsequiado a almorzar por el alférez médico de F. E. de Sevilla, camarada Ernesto Salmerón, y brigada practicante Ángel Desaz y Luengo, acompañándonos en el mismo el jefe de Milicias local camarada Montalvo; este almuerzo lo hicimos en el hospital militar, instalado en un magnífico edificio propiedad de don Antonio Montero de Espinosa, quien lo habla cedido generosamente a los rojos, de quienes recibió en pago el ser asesinado, como asimismo sus familiares.Este mismo día sigo mi ruta informativa a la Granja de Torrehermosa, distante de esta po­blación 12 kilómetros. Fue muy difícil el conse­guir vehículos para mi viaje, teniendo que agradecer el rasgo de amabilidad del camarada Carlos Molina Spínola, que a pesar de tener que realizar un viaje de precisión este mismo día lo suspendió para llevarme al citado pueblo.

Tomado de: González Ortín, Rodrigo, Extremadura bajo la influencia soviética, Tip.Gráfica Corporativa, Badajoz, 1937, pp.49-63
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