IV.- Crímenes y ensañamientos en Azuaga
En
un coche «Balilla», invitado por el jefe comarcal, camarada Burgueño,
efectúo este viaje; la distancia a este punto es de unos 30 kilómetros;
la carretera es desastrosa, pues en su mayoría de kilómetros existen
unos baches tan exagerados que hubimos de invertir en tan corto
recorrido hora y cuarto, evitando con esta poca velocidad y la habilidad
con que con medias verónicas se sorteaban los baches, el romper la
capota de referido vehículo con nuestras propias cabezas.
Presentado
al jefe local me recomienda para el informe y pone a mí disposición al
camarada Felipe Durán. Es Azuaga villa con unos 14.000 habitantes,
siendo sus producciones cereales y garbanzos; tiene minas de plomo
argentífero y de hulla; dista de Llerena, como dejamos dicho, unos 30
kilómetros, servida por el ferrocarril de vía estrecha de la Compañía
Minero-Metalúrgica de Peñarroya. Perteneció a la Orden de Santiago y
posee vestigios romanos; según opiniones de historiadores y tratadistas
documentados, se llamó antíguamente o fue la ciudad de «Arsa». El
nombre de «Arsa» se deriva por corrupción del latino «Arsartis», el
Alcázar, fortaleza o presillo del lugar, porque eso quiere decir Ars,
según Zalas en su Calepíno: Unde Ars dicitur, monte alto inexpugnable.
«Arsa» le fue variado por el de Contributa Julia Ugultuniacum; sin
seguridad parece ser la más fundamental que se fundara este pueblo por
los fenicios o por los griegos de Rodas que vinieron a España 900 años
antes de Jesucristo. Según Rodrigo Méndez Silva sube la antigüedad de
la invicta ciudad de «Arsa», hoy Azuaga, a 2.471 años; por lo tanto, es
de las poblaciones más antiguas de España y de la mayor parte por no
decir de todas, de las de la provincia de Badajoz.
Recojo los informes. En este pueblo fueron detenidos durante cuarenta días 170 individuos; del trato que recibieron durante su prisión y de las incalificables canalladas que cometían, me informaron los supervivientes testigos presenciales Manuel García Sánchez, Manuel Moreno González y Eugenio Merino Pulgarín, que se hablan salvado gracias a la oportunidad de la llegada de las tropas. En el Ayuntamiento se me facilita una relación de los cadáveres exhumados el día 1 de diciembre en el cementerio de la población; en esta relación se especifican, con toda clase de detalles, los asesinados bárbaramente en número de 70, y además, ocho frailes y seis paisanos que fueron traídos a esta cárcel, y para tal efecto, de Fuenteovejuna; por esta relación han sido identificados los siguientes:
Don
Manuel Murillo, abogado; don Fernando Lozano Calleja, abogado y perito
agrícola; don Eustaquio Vallejo Durán, abogado; don Juan Diego Cantón
Castillo, odontólogo; don Ramón Álvarez Morillo, abogado; don Gumersindo
Naharro Sánchez, sacerdote; don Ángel y don Manuel Ortiz de la Tabla
(hermanos), abogados; don Alfonso Morillo Durán, farmacéutico; don
Francisco Moruno Cabeza, abogado; don José Antonio Spínola Carrascal,
abogado; don José María Sánchez Moya, médico; don Hilario Molina Pérez,
abogado; don Francisco Guerra Morillo, teniente del Ejército retirado;
don Sebastián García Toledo, fabricante de mosaicos; don Juan Rísell
Delgado, fabricante de anisados; don Plácido Durán Alejandre, fabricante
de harinas, y don Plácido Alejandre Moreno, presidente de la Patronal.
Las formas crueles y ensañadas de llevar a efecto los asesinatos, quedan bien reflejadas con los siguientes detalles:
A
don Manuel Álvarez Murillo, tras de haber le dado una gran paliza,
siguiéronla con un tiro; tendido en el suelo de la cárcel estuvo toda
una noche quejándose; cuando implorando, y por caridad pedía agua, los
rojos, con el mayor refinamiento en sus perversas intenciones, le
enseñaban un vaso de este líquido, diciéndole groseramente que no se la
daban, que para los canallas no había agua; en estas condiciones lo
llevaron al cementerio, que dista de la población kilómetro y medio
próximamente; una vez allí, para hacerle sufrir más todavía, lo
volvieron diciéndole: «No te matamos hoy, pero como no nos digas dónde
están las ametralladoras, mañana te asesinamos», y así, pues, lo
hicieron, tras de haberle dado otras nuevas palizas.
Don
José Plaza Grueso. A éste le asesinaron con el más horroroso
ensañamiento; fueron tantos los golpes que le dieron, que le fracturaron
por varias partes la columna vertebral.
A don Fernando Lozano Calleja le dieron el mismo trato, apareciendo, al ser exhumado, con el cráneo aplastado.
Don
José Morillo Gómez Álvarez, sacerdote, fueron tantas las palizas que
recibió para que blasfemara, que consiguieron ponerle loco
completamente.
Don Agustín Pérez Martín,
no quedándole muerto al pretender asesinarle, pasó una noche en el
cementerio sentado junto a los cadáveres de los demás compañeros;
intentó saltar las tapias, no poseyendo fuerzas para ello; las huellas
de sangre se dejan ver en las paredes, prueba indeleble de la
monstruosidad roja; como al siguiente día, por la mañana, lo vieran los
rojos todavía con señales de vida, hubieron de decirle: «¡Ah, canalla!,
pero ¿todavía estás vivo?»; y así, con vida, le enterraron.
José
Antonio Díaz Montalvo (seminarista). Este joven, viendo que los rojos
le buscaban sin descanso, se pasó disfrazado de mujer a casa de una
hermana suya, con tan fatídica suerte, que fue reconocido por una
ordinaria sirvienta, la que inmediatamente se apresuró a denunciar el
caso al Sindicato; éste ordena inmediatamente su detención a los pocos
días; una noche lo sacaron y lo llevaron al cementerio; durante el
camino fue objeto de los mas groseros insultos, al mismo tiempo que le
daban fuertes golpes con la culata del fusil. Una vez en el sagrado
recinto, le hicieron veinte disparos de fusil en los distintos miembros
del cuerpo con la criminal idea de no producirle la muerte y reírse a
su costa, ya que, según manifestaciones de los propios asesinos, cada
vez que recibía un tiro, el impulso que producíale el dolor le hacía
dar grandes saltos. Con risa criminal y palabras de cobarde, al día
siguiente, por tabernas y calles, sólo era corriente en los mentados
asesinos las siguientes estremecedoras frases: «Lo que nos divertimos
anoche con el curita». Curita que murió con la resignación de los
buenos.
El padre Félix Echevarría, uno de
los frailes traídos de Fuenteovejuna, al ser exhumado su cadáver,
cuantos dignos testigos lo presenciaron certifican: Que aún conservaba
en cruz los dedos pulgar e índice de su mano derecha, prueba evidente de
que también fue enterrado con vida.
Dirigentes rojos
Entre
los muchos que de esta «categoría» desgraciadamente existían en esta
población, citemos a los principales, entre los que se encontraban:
Manuel Manchón Martín (alcalde). Este es el característico hipócrita
que, agazapado, inducía a sus servidores salvajes a cometer los
crímenes.
Como criminales ejecutores citemos a Miguel Muñoz, Andrés Lafé (a) «Chato Maguílla», José Merino(a) «Santo Granate» y José Antonio Moncayo (a) «El Jorda».
Como criminales ejecutores citemos a Miguel Muñoz, Andrés Lafé (a) «Chato Maguílla», José Merino(a) «Santo Granate» y José Antonio Moncayo (a) «El Jorda».
La conducta que estos sujetos observaron siempre fue desastrosísima, adornándole las «virtudes» de la bebida y el robo.
Información religiosa
Para hacer mis visitas precisas, y ayudarme a esa información, me acompaña el culto seminarista camarada Ángel Durán González, el que me da también un relato de su calvario durante la dominación asesina. Me dice se ha salvado por ocultarse en las galerías de un pozo de boca estrecha, donde estuvo durante un mes acompañado de .otro hermano. En este mismo domicilio se encontraban cuatro religiosas del Colegio del Santo Ángel de la Guarda, instalado en esta villa y dedicado a la enseñanza general gratuita; a pesar de ello, a estas pobres religiosas les saquearon hasta el último céntimo de sus irrisorios ahorros. Con esta conversación llegamos a la iglesia parroquial; es de estilo gótico, siglo XVI; es un precioso edificio con tres amplias naves; le llaman muy acertadamente «Catedral»; en su interior existía un retablo de Ánimas de verdadero valor y mérito artístico, y entre las imágenes escultóricas varias de gran mérito; en la actualidad, destruido todo totalmente y sometido al fuego por la mano criminal de la barbarie.
En
la artística plaza del Humilladero se encuentra el Santuario de este
nombre; todo cuanto se encontraba en este edificio, tanto imágenes como
cuadros, se encuentra destruido e igualmente quemado. Es emocionante y
misterioso que entre todo, completamente destruido de este Santuario, se
observe en el altar mayor la imagen del Cristo del Humilladero,
magnífica escultura de la escuela de Roldán, que el mirarla estremece.
Emocionados, con un respeto que a veces parece miedo, nos decidimos
subir a su camarín; un momento de contemplación. ¿Cómo no está destruida
esta Imagen? Los rojos, enfurecidos, intentaron repetidas veces
destruirlo, sin llegarlo a conseguir. ¿Por qué? Ellos mismos lo han
declarado de su viva voz; al intentar destruirlo con el simulacro de un
fusilamiento, ya levantados los martillos de las escopetas y dispuestos a
disparar, les entraba miedo; dicen que en su divino rostro, de mirada
serena, y resignada, se formaba una aureola que les acobardaba; con
esta imposibilidad decidieron destruirlo a golpes de hachas y clavos;
pero al dar el primer golpe, por el que le hicieron perder un dedo del
píe izquierdo, la mano ejecutora dejó caer repentinamente el hacha, y al
hacer ellos sus comentarios, manifestó el que había dado el golpe que
le había producido mucho calambre. Este Cristo, con su dedo perdido,
gran testigo del turista que lo visite, sin hablar está declarando a
voces los trágicos efectos de la envenenada ola soviética, y ante
España, sin moverse de su altar, un herido más de la nueva era. Clavado
pies y manos, en su cruz, fue despojado por los rojos de sus potencias
de oro, y... resignado, con su lengua muda y sus ojos tristes, ve
marcharse estas potencias rumbo Rusia... rumbo Francia.
Al
reseñar los asesinados en este pueblo no quise hacer mención por
dejarlo como adicional a la información religiosa, ya que el asunto
lleva envuelto la prueba más honda de sentimiento cristiano del
depositario del Ayuntamiento, don Domingo Rubio Durán, el que momentos
antes de su fusilamiento y aprovechando un trozo de papel del reverso de
una carta de familia, único elemento de que disponía en su horrible
prisión, redactó y escribió por su puño y letra el siguiente
testamento:
«Es mi última voluntad declararme católico, y como tal, perdono a mis enemigos
(si los tengo), y especialmente al que dispare contra mí, y con todo el cariño
para mi madre y hermanos, quiero ir a ver a Dios.- Domingo Rubio.
(Rubricado.) — Pura, mi último pensamiento es para vosotros y para Dios, no os
aflijáis y pedid mucho a Dios por tu hermano Domingo. Rubricado».
Al margen
de dicho testamento léese con la misma letra escrito: «Confesé hoy 26 de julio
de 1936»
Con
el título «Así mueren los cristianos», fue publicada en el periódico
Hoy, de Badajoz, la fotografía de este documento en cuyo lugar se
encuentra el original, y me atrevo a poner, conociendo la amabilidad del
director de dicho periódico, a disposición de quien desee verlo.
En
ocasión de estar hospedado en el mismo hotel que yo el teniente de la
Guardia civil, jefe de esta línea, don Antonio Miranda, manifesté a mis
camaradas los deseos de conocerle, pues el nombre de este teniente
produce en mí palpitaciones de emoción y un verdadero anhelo de
sostener algunas palabras con este oficial, de quien tanto se hablaba y
alababa en el pueblo de Llerena.
Fueron
cumplidos mis deseos y me fue presentado una tarde en que se dirigía a
la fonda. Le expongo mis propósitos de hacerle una interviú. Con su
característica modestia se pone a mis órdenes y me cita para las once de
la noche, en que hablaríamos.
A esta hora me encuentro sentado frente a él. El teniente Miranda es un muchacho joven; en sus pupilas se refleja la modestia; es de palabra ligera y expresión clara; intento dar principio a lo que yo deseaba fuera una interviú, ya que conocía —le dije—sus verdaderos y valerosos actos como español y militar. «Todo es nada para lo que nuestra España merece hacer por ella». Estas son la únicas palabras que con sencilla indiferencia pronuncia, y aquí termina lo que podríamos llamar, sí queréis, una interviú.
Después, por algunas autoridades militares, civiles y vecinos de este pueblo, me informo de lo siguiente:
El
día 19 de julio, por la noche, se echaron a la calle, en manifestación
hostil, los obreros de este pueblo; previniendo lo que podía suceder, y
para evitar la tragedia, concentró este teniente las fuerzas de la
Guardia civil de los puestos de Berlanga y Maguilla; de manera coactiva
solicitan los obreros de la Guardia civil les hiciera entrega de las
armas; ésta se negó. La plaza estaba abarrotada de obreros que rodeaban
e insultaban a esta fuerza pública, y a la voz del teniente alcalde
socialista, Muñoz, de ¡fuego contra ellos!, se inició un tiroteo, en
cuya refriega resultó un guardia civil muerto y nueve heridos; la
Guardia civil dispara repeliendo la agresión, recogiéndose al siguiente
día diecisiete cadáveres de la plaza; así empezó a dar ejemplo este
teniente.
El día 4 de agosto el citado
teniente formó en el patio del cuartel de Llerena a los guardias civiles
de este puesto y a los concentrados de los pueblos limítrofes, en
número de cien; una vez formados díjoles con su voz clara: «Por dos
veces he recibido órdenes del Gobierno civil de Badajoz de marcharme a
Madrid con ustedes para ponernos al lado del mal llamado Gobierno
legítimo de la República; yo no he querido obedecer, y recibo nuevas
órdenes para que haga entrega del mando y armamento; tampoco obedezco;
conozco perfectamente los caracteres de este movimiento y no cumplo esas
órdenes; ustedes podéis hacer lo que queráis, ya sois mayores; el
asunto es bastante delicado podéis, pues, daros buena cuenta de la
responsabilidad que con cualquiera de vuestra decisión podéis echaros
encima». Estos civiles, formados, unánimemente, oyéndose una sola voz,
contestan: «¡Con usted, mi teniente; lo que usted haga hacemos todos!»
Inmediatamente da Miranda órdenes por teléfono al alcalde rojo: «Voy a
salir con todos mis guardias una vez que evacue las familias de los
mismos (unas trescientas); le doy cinco minutos para que avise a la
guardia roja de carretera y parapeto para que no hagan la menor
insinuación en detenernos o intentar siquiera cualquier investigación; y
tenga entendido que, de no cumplir esto, haré fuego sin compasión
contra quienes fueren».
En este momento
no disponían de coches suficientes para la evacuación y el traslado de
la fuerza, y el valiente sargento Beltrán, también de puesto en Azuaga,
pide rápidamente voluntarios para ir a le plaza y tomar los vehículos
necesarios; con fusil montado y los voluntarios que le acompañaron, se
dirige a la plaza, encañonan a varios chóferes rojos y les hacen
arribar los coches a la puerta del cuartel. Son evacuados los
familiares, y la Guardia civil ocupa tres camiones y algunos coches. Es
curioso y trágico a la vez para los incautos rojos (entre ellos el
tristemente celebrado «Maltrana») lo sucedido, pues al llegar a la
aldea de Pallares se encuentran un grupo de unos treinta milicianos
armados y al mando del líder antes mencionado; entonces el teniente
Miranda, con su clara inteligencia, los caza en la siguiente forma: Al
llegar a ellos con el puño en alto empezaron a dar voces de U. H. P. y
viva Rusia. «¡Camaradas: somos vuestros; vamos a combatir una columna
de canallas señoritos fascistas y de desalmados legionarios; si es que
sois tan valientes como pregonáis, ahora es buena ocasión de que
demostréis vuestro valor viniéndoos con nosotros!» Y, efectivamente,
éstos, tan inocentes como desalmados, contestando con análogos gritos,
se montan en los camiones, no haciéndolo así «Maltrana», que por su
«categoría» de jefe es invitado graciosamente por Miranda a que ocupe en
su coche un lugar junto a él.
Es
curiosísimo el procedimiento que emplearon para llevarlos engañados
durante el camino y que no se dieran cuenta, pues hay que hacer constar
que los obreros seguían con sus armas; pero como relatar esto daría
ocasión a varias páginas, terminamos diciendo que antes de llegar el
pueblo de Santa Olalla fueron desamados, siguiendo ya en concepto de
detenidos hasta la presentación de los mismos al glorioso Castejón, en
unas casetas, entre Ronquillo y Santa Olalla.
Este teniente ha tomado parte en la toma de los siguientes pueblos, siempre con la ayuda de los falangistas de Azuaga y Llerena: Puebla del Maestre, Casas de Reina, Reina, Trasierra, Villagarcía, Higuera de Llerena, Valencia de las Torres y Llera, pueblo este último donde hubo bastante resistencia, continuando después con la fuerza de Gómez Cobíán en la toma de Ahillones y Berlanga. Felicitemos a este oficial, que tanto dignifica al benemérito Instituto.
Este teniente ha tomado parte en la toma de los siguientes pueblos, siempre con la ayuda de los falangistas de Azuaga y Llerena: Puebla del Maestre, Casas de Reina, Reina, Trasierra, Villagarcía, Higuera de Llerena, Valencia de las Torres y Llera, pueblo este último donde hubo bastante resistencia, continuando después con la fuerza de Gómez Cobíán en la toma de Ahillones y Berlanga. Felicitemos a este oficial, que tanto dignifica al benemérito Instituto.
Terminada la
información, y al decidirme marchar hacía Granja de Torrehermosa, fui
amablemente obsequiado a almorzar por el alférez médico de F. E. de
Sevilla, camarada Ernesto Salmerón, y brigada practicante Ángel Desaz y
Luengo, acompañándonos en el mismo el jefe de Milicias local camarada
Montalvo; este almuerzo lo hicimos en el hospital militar, instalado en
un magnífico edificio propiedad de don Antonio Montero de Espinosa,
quien lo habla cedido generosamente a los rojos, de quienes recibió en
pago el ser asesinado, como asimismo sus familiares.Este mismo día sigo
mi ruta informativa a la Granja de Torrehermosa, distante de esta
población 12 kilómetros. Fue muy difícil el conseguir vehículos para
mi viaje, teniendo que agradecer el rasgo de amabilidad del camarada
Carlos Molina Spínola, que a pesar de tener que realizar un viaje de
precisión este mismo día lo suspendió para llevarme al citado pueblo.
Tomado de: González Ortín, Rodrigo, Extremadura bajo la influencia soviética, Tip.Gráfica Corporativa, Badajoz, 1937, pp.49-63